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Cuarentena y convivencia con niños: dedicar tiempo

  • Foto del escritor: Sebastián Ortiz Olivares
    Sebastián Ortiz Olivares
  • 19 mar 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 26 may 2024

Rodolfo Galleguillos Serrano, Psicólogo

Correo: rodolfo.gs23@gmail.com


Una de las primeras medidas que se han tomado en Chile respecto a prevenir los contagios de Covid-19 tienen que ver con la suspensión de clases presenciales y la asistencia a distintos establecimientos educacionales y de guarderías, lo que ha implicado la no menor dificultad de muchos cuidadores de tener a sus hijos en sus domicilios bajo su supervisión – si es que sus empleadores les han permitido estar en sus casas -, y otros estarían al cuidado de familiares o conocidos de confianza. Pareciera a primera vista ser una oportunidad para compartir y dedicar tiempo a ellos, pero quisiera tomarme de este último punto, el “dedicar tiempo” como un problema con el que se empiezan a encontrar estos estresados padres, que se percatan de lo desgastante que les resulta estar constantemente en el encuentro con lo infantil y de invertir tiempo de forma “provechosa”


Esto se debería principalmente a que el sistema y sus ritmos acelerados no permiten dar cabida completa a un aspecto trascendental en el desarrollo de un niño, y es precisamente que en los modos en que ellos “administran” sus temporalidades, el adulto se encuentra con irregularidades que van más allá de lo aprendido respecto al tiempo. Dicho de forma sucinta: pasar tiempo con un niño y confrontarse a sus rutinas, a los modos en que solicitan al Otro un lugar y lo insistentes - ¿repetición? – que podrían llegar a ser vividos aquellos intentos ponen sobre la mesa una supuesta incapacidad de poder tolerar dicha “desorganización” temporal que sale de la mesurable y administrable cronología que caracteriza al mundo adulto. Debemos recordar que, siguiendo a Acuña (2018): “La apuesta de la infancia está inscrita en atentar con el tiempo y su cronología. La polémica no está en lo consciente pedagógico, sino en la postura lingüística, en la lógica subjetiva que juega con el tiempo y su ritmo” (pp.329).


¿No resulta curioso ver como un niño en su juego puede hacer avanzar los días en instantes, hacer de noche con una palabra, alargar los ayeres y convertir los años en instantes? Entre un sinfín de otras posibilidades, el encuentro con esto puede volverse una real dificultad al momento de lograr administrar el día a día en convivencia, precisamente ahí donde un niño necesita de mucho tiempo cronológico a ojos de un adulto para lograr asimilar aquello que posiblemente también produce efectos de malestar en ellos. No olvidemos que también son parte del contexto de emergencia, y si bien momentos de celulares o televisión podrían calmar su necesidad de atención - ¿por qué solicitar atención es quitar tiempo? – y dar un respiro a los padres, no resuelven un elemento importante que los pequeños necesitan para poder usar el tiempo y volcarlos como una narración: la proximidad. Precisamente el problema del tiempo también es un problema en la proximidad, porque al encontrarse en un espacio con otro, también se encuentra con un tiempo y distintos movimientos más complejos que el sencillo e aparentemente inalterable flujo hacia adelante. Davoine & Gaudilliere (2011) manifiestan claramente que la sensación de un espacio sin límites tiene que ver con la falta de un reconocimiento en la singularidad, la que también implica un reconocimiento en los propios tiempos. Ilustrativo se vuelve cuando un niño les pide a los adultos que le tengan paciencia, puesto que el gesto solicitado no sería el de que los cuidadores esperen a que éste esté preparado, sino que simplemente le “den” tiempo.


Dar tiempo es un gesto difícil cuando los imperativos de inmediatez y las exigencias de eficacia pretenden no acortar los plazos, sino más bien hacerlos desaparecer, volviendo al tiempo una variable que lamentablemente se ha vuelto indeseable, cuando curiosamente los encuentros con el deseo y sus posibles articulaciones hablan de tiempos, de historia. Un tiempo que no pasa, la repetición de un instante sin antes ni un después, es un evento traumático con nefastos efectos en la subjetividad. Por lo tanto, la tarea no menor al momento de una constante convivencia con un niño se traduciría precisamente en reconocer sus tiempos y sus espacios, ya que es ahí donde se sostiene la capacidad posterior de colaboración y de sostener la vida anímica, aquello que a través de las palabras permite hacer y rehacer los lazos afectivos. Recordemos que el tiempo y el espacio, como propiedades trascendentales del inconsciente, poseen una erótica (Miller, 2014).


Los periodos de aislamiento y cuarentenas posiblemente atenten contra aquello que permite a la gente no caer en la locura, pero cuando por obligación hay que convivir con quienes no estamos completamente acostumbrados a estar constantemente, una proximidad y un tiempo que no son reconocidos pueden también generar dificultades que, esperemos, no se traduzcan en otros lamentables hechos como la violencia. Más aún, si aquellos con quienes convivimos aún no tienen todos los recursos subjetivos necesarios para hacerle frente a – llamando a la ironía – tiempos difíciles.


Referencias


Acuña, E. (2018) La infancia desde la perspectiva del psicoanálisis: un breve recorrido por la obra clásica de Freud y Lacan; Klein y los vínculos objetales. En Tempo Psicoanalítico, Rio de Janeiro, v. 50.1, p. 325-353, 2018


Davoine, F.; & Gaudillière, J-M. (2011).V.- Proximidad: construcción del espacio en un espacio sin límites. e VI. Inmediatez: Las coordenadas del tiempo cuando el tiempo se detuvo. En Historia y Trauma: La locura de las Guerras.pp.209-329. Fondo de cultura económica


Miller, J-A. (2014). Clase del 7 de Abril del 2000. En La Erótica del Tiempo y otros textos. Pp. 9-31.Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Tres Haches.



 
 
 

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