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“Ser o no Ser Policías de las Familias” en Organismos Colaboradores de SENAME

  • Foto del escritor: Sebastián Ortiz Olivares
    Sebastián Ortiz Olivares
  • 18 jul 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 1 jun 2024

Título elaborado a partir del libro de Jacques Donzelot “La Policías de las Familias”.


Sebastián Ortiz Olivares


En el trabajo con familias que se han convertido en sujetos de intervención en instituciones de SENAME, son frecuentes las solicitudes a los Tribunales de Familia de procesos terapéuticos para, por ejemplo: “el descontrol de los impulsos” o las “competencias parentales”. En ocasiones, no queda del todo claro, si la petición corresponde a una decisión con fundamentos clínicos, o se convierte más bien, en una especie de “medida alternativa de una infracción”, para algunos adultos considerados como “negligentes”. ¿Es posible un proceso terapéutico cuando la asistencia no es voluntaria?; ¿Cómo transformar la demanda del poder de justicia en una demanda del sujeto?; ¿El equipo psicosocial persigue los mismos objetivos con los usuarios?; ¿Qué se está entendiendo por proceso terapéutico en instituciones “jurídicas asistenciales”? y ¿Cuáles son los alcances y los límites de la clínica en un proceso de intervención psicosocial?


Matías Marchant y Romina Petersen, denominaron “transparencia de la pobreza”, al fenómeno de la pérdida de límites entre lo íntimo y lo público, en las familias que se convierten en sujetos de intervención psicosocial del sistema de protección de la infancia del Estado. Visitas domiciliarias realizadas sin previo aviso, la evaluación completa de los espacios del hogar para determinar condiciones de orden e higiene; verificar constantemente la asistencia a “controles sanos” y la asistencia de los niños al colegio, serían buenos ejemplos de ese fenómeno. Acciones, por lo demás, realizadas bajo la premisa de una mayor eficacia y mejores resultados en los procesos de intervención.


En las intervenciones es fácil desorientarse, sobre todo, porque hay demandas múltiples. Sería poco realista, pensar que alguna vez, los “objetivos de la intervención”, van a estar en sintonía con los reales intereses de las familias, la demanda del tribunal de familia, y los ideales terapéuticos de las duplas psicosociales. En ese camino, es fácil perderse, y no es extraño, que los discursos de las disciplinas se entremezclen para poder explicar sus argumentos. A ratos, pareciera existir un “discurso alineado al discurso del poder de justicia”, en donde, las distinciones, entre un juez, un abogado, trabajadores sociales y psicólogos, prácticamente se vuelven difusas. Difuso también, es constatar como se bordea el límite entre la “condena de una negligencia” o, más bien, una “condena de la pobreza”.


Sumado a esto, los protocolos y los sistemas de registros físicos y digitales, tienden a ocupar una parte importante de las preocupaciones y del tiempo de los equipos psicosociales. Asimismo, los tiempos de la intervención ya están establecidos de antemano, y suele ocurrir que los equipos son los que terminan “persiguiendo” a los usuarios para poder obtener una sesión que se había planificado. En este sentido, hay una demanda que está invertida, y en el intento de cumplir con las metas de gestión, se termina descuidando el tiempo singular y las narrativas de las personas. Todo eso, pareciera que termina generando una “asfixia de la clínica” y una paradoja, de “ser o no ser” un “policía de la familia”, en donde se corre el riesgo, por lo tanto, de que los equipos terminen convertidos en policías disfrazados de terapeutas.




 
 
 

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